Descolonizando la crianza de los niños

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La crianza de los niños y niñas en el mundo occidental está fuera de control.

Le damos gracias a Levy Farias por su trabajo excelente en traducir del inglés al español.

Puntos clave:

  • Los colonizadores sembraron traumas por todo el mundo.
  • El tipo de crianza característica de la colonización europea traumatiza a los niños.  
  • La crianza tradicional indígena proporciona un “nido” adecuado y promueve el bienestar. 

Los esfuerzos por descolonizar las mentes y los corazones llevan ya cierto tiempo en marcha en los ambientes educativos (Four Arrows, 2011). La metáfora de la “descolonización” es controversial (Tuck & Wang, 2012) porque con frecuencia pasa por alto su cuestionador sentido original, de eliminar los efectos de la colonización de las tierras indígenas. Ahora bien, hay una colonización interior de la psiquis humana que es necesario abordar. La colonización europea ha afectado a prácticamente todos los cuerpos del planeta, así como a las mentes. Los cuerpos y las psiquis han sido privados de la satisfacción de sus necesidades básicas, las mentes han sido purgadas de una manera genocida, y su diversidad cultural a menudo ha sido mutilada (Adams, 2020; Davis, 2007; Narváez, 2014; de Sousa Santos, 2018).   

Cuando pensamos en lo que los colonizadores hicieron y todavía siguen haciendo, pensamos más que nada en lo que arrebataron o trataron de arrebatar, como las prácticas culturales y espirituales, la solidaridad comunitaria, el respeto por los mayores, la autoestima, y la inteligencia ecológica (Dunbar-Ortiz, 2014; Trafzer, Keller & Sisquoc, 2006). Usualmente no pensamos en el “legado” que nos dejaron a todos, un legado que todavía nos atormenta. Lo que los conquistadores y colonizadores le dejaron a todos fueron traumas. Muchos traían consigo su propia carga de experiencias traumáticas, heredada a través de generaciones, propia de las milenarias costumbres europeas de maltratar a los niños, a las mujeres y a los desafortunados  (Buck, 2019; deMause, 1995; Greven, 1977, 1991; Scott, 1968). Entonces, con la crueldad propia de los wétiko (Forbes, 2008), le transmitieron esos traumas a todos los que encontraron más allá de su tierra natal, embrándolos en sus cuerpos y en sus mentes. Y esos cuerpos y mentes, imposibilitados de usar las prácticas sanadoras tradicionales, a menudo transmitieron los traumas a la siguiente generación (Menakem, 2017). Una de las formas más fuertes de transmisión de traumas tiene lugar durante la crianza de los hijos, tal como lo está demostrando la investigación interdisciplinaria (Garner et al., 2021; Lanius, Pain & Vermetten, 2010). 

Al traer sus inclementes prácticas de crianza al “Nuevo Mundo”, los colonizadores causaban conmoción entre los Pueblos Originarios, que a menudo intentaban evitar que los colonizadores azotaran a los niños (Greer, 2000). A su vez, los primeros relatos de los colonizadores expresaban su asombro ante el hecho de que los nativos no castigaran a sus niños.  

Los colonizadores trajeron un estilo de crianza “sin nido”, o sin cuidados apropiados (p.ej., aislando a los pequeños de la comunidad, comunidades poco acogedoras, castigos corporales, desconexión con la naturaleza). Además, las prácticas colonizadoras de crianza de los niños estaban aderezadas con ideas sobre el pecado original (Jacobs, 2001), esto es, que los niños nacen en pecado y deben ser conducidos al bien por la fuerza. En consecuencia, las necesidades de los bebés se minimizan (“son resilientes”, se dice ahora). Los bebés eran sometidos y siguen siendo sometidos a determinados horarios para comer y dormir, y hasta son golpeados “por su propio bien” (Lee, Grogan-Kaylor & Berger, 2014; Miller, 1990). Pasan una gran parte del tiempo físicamente aislados (es decir, no sostenidos en brazos) y si lloran se considera que eso es “lo que hacen los bebés”. Todas estas ideas y prácticas son contrarias al legado propio de la humanidad, tal como ha sido documentado por los etnógrafos (Hewlett & Lamb, 2005; Konner, 2005).

Los bebés, por así decirlo, tienen una brújula incorporada que indica bienestar o malestar, y cuando no reciben el apoyo que necesitan se dispara la alarma. Inicialmente, los bebés indican su incomodidad con apenas muecas o gestos. El llanto es una señal tardía de que los bebés necesitan socorro, pero en los contextos de mentalidad colonizadora a menudo se les deja que lloren. En lugar de responder a sus necesidades, los bebés son vistos prejuiciadamente, como si su objetivo fuese manipular a los adultos y el hecho de satisfacer sus necesidades los fuese a “malcriar”. Los adultos piensan que se trata de una lucha por el poder que deben ganar, o de otro modo el niño será terrible. Los estudios neurocientíficos y clínicos indican lo contrario. Dejar al bebé sin atender ocasiona un estrés tóxico que perjudica al desarrollo de los sistemas cerebrales (Murgatroyd& Spengler, 2011) y al desarrollo psicológico (Moloney, 1949; Ribble, 1943; Winnicott, 1987).   

Los estudios neurocientíficos actuales revelan cómo los mecanismos del trauma afectan al desarrollo cerebral infantil a corto y largo plazo. Cuando los bebés enfrentan dificultades por mucho tiempo, intensa o rutinariamente, el desarrollo cerebral se ve obstaculizado por la sobreproducción de cortisol, que destruye las celulas cerebrales y sus conexiones (McEwen, 2017;  Murgatroyd & Spengler, 2011). Una pobre atención intensifica el funcionamiento de los sistemas cerebrales de supervivencia y las actitudes y comportamientos de autoprotección, con lo cual es más probable que se produzca un colapso del sí mismo, o que el oposicionismo en lugar de la cooperación se convierta en parte de la personalidad (Narváez, 2014; Schore, 2003). 

De manera que si nos vamos a descolonizar cabalmente, necesitamos descolonizar las prácticas traumatizadoras de crianza infantil y retornar a las prácticas promotoras de bienestar de nuestros ancestros(Gleason & Narváez, 2019). En el Cuadro anexo se puede consultar una comparación entre las prácticas de crianza tradicionales de los indígenas y las de los colonizadores europeos. En este  enlace 1  también se puede consultar y descargar una comparación de la cosmovisión dominante y la cosmovisión indígena, elaborada por Four Arrows; y en este otro enlace 2  más información sobre las cosmovisiones y su importancia. 

Las tradiciones de las Primeras Naciones y Pueblos Nativos del mundo, en particular las de los cazadores-recolectores, son conocidas por su “indulgente” (amoroso) tratamiento de los niños, que impresionó a los exploradores, colonizadores e investigadores occidentales que las documentaron (Konner, 2005). Ellas proporcionan el nido evolucionado de nuestra especie (Narváez, 2014, 2019). Al igual que el nido propio de cualquier otro animal, el nido de los seres humanos evolucionó para satisfacer las necesidades de maduración de los niños y así asegurar su desarrollo óptimo (Gottlieb, 2002). Este nido incluye experiencias natales y perinatales calmantes (con mucho apoyo materno), lactancia cuando el niño la pide y durante varios años, cuidados solícitos para mantener al bebé calmado y cómodo, una comunidad acogedora, un conjunto estable de atentos cuidadores, mucho contacto afectuoso (nada de contacto negativo), juego social auto-dirigido, inmersión en la Naturaleza y apego a la misma, y prácticas sanadoras rutinarias (Hewlett & Lamb, 2005; Narváez, 2021; Narváez & Tasha, 2021).

Entender las numerosas necesidades de los bebés es el primer paso (Narváez, 2014). Hasta al menos los 18 meses de edad, los bebés se parecen a los fetos de otros animales, pues necesitan mucha ayuda para que su cerebro y su cuerpo se desarrollen bien, lo cual incluye aprender a respirar, mantener la frecuencia cardíaca, hacer la digestión y mantener su fisiología en calma (Montagu, 1968, 1970). Proporcionarles el nido asegura una neurobiología que funcione correctamente (p.ej., al responder al estrés), la cual se desarrolla sobre todo después del nacimiento y sirve de base a una inteligencia flexible y a la sociabilidad (Carter & Porges, 2013).

El segundo paso es comprender los efectos de no satisfacer las necesidades básicas de los niños (Karr-Morse & Wiley, 1977, 2012). El tercero, superar el mito de que darles mucha atención malcría a los niños. Hay que entender que los niños no pueden manipular a los adultos conscientemente hasta quizás los cuatro años de edad (antes sencillamente no tienen la capacidad cognitiva para hacerlo). El paso final es comprender que los niños cuyos cuidadores satisfacen sus necesidades desde el principio (mediante el nido evolucionado) se desarrollan como miembros cooperativos de la comunidad, tal como se observa en las características personales y sociales de las comunidades que proporcionan el nido evolucionado (Narváez, 2013, 2019). Según las prácticas de crianza de los niños de las primeras naciones o pueblos originarios alrededor del mundo, para criar un buen niño o niña se les debe dejar que tomen sus propias decisiones y se debe honrar lo que hay de único en su espíritu (MacPherson & Rabb, 2011). La comunidad les ayuda mediante el nido evolucionado y los rodea de historias, modelos de comportamiento y rituales diarios que muestran cómo luce un buen miembro de una comunidad respetuosa de la tierra (Cajete, 2001). Integrados en la vida comunitaria, y gracias al andamiaje de tales prácticas, los niños y niñas se van conviertendo en buenas personas y en seres únicos. El nido evolucionado fue diseñado justamente para eso.

Referencias

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